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El vuelco de la educación en los tiempos del coronavirus

Hoy, confinados por razones sanitarias, los alumnos y profesores de todos los niveles en casi todo el mundo improvisan cursos en línea desvinculados del tiempo y del espacio al que están habituados.

¿Quién sospecharía que en 2020 la educación convencional se convertiría en educación a distancia para todo el mundo? La educación a distancia o tele-educación se resume a la idea de la no co-presencia del profesor y del alumno en el mismo lugar. Y para nada es un concepto nuevo. Este sistema de enseñanza y aprendizaje surge en Europa desde el siglo XIX; primero por correspondencia, luego por radio, más tarde por televisión y actualmente en línea. En México, fue adaptado por Álvaro Gálvez y Fuentes en 1968 con el propósito de alfabetizar y llevar la educación primaria y secundaria a las regiones rurales del país. En el momento de su aparición, los soportes tecnológicos utilizados para la teleprimaria, la telesecundaria y posteriormente el telebachillerato mexicano eran el radio y la televisión. Y no, no era necesario que cada uno de los estudiantes tuviera un televisor en casa; recordemos que hasta hace unas décadas, este aparato era un artefacto de lujo. La teleclase consistía -o mejor dicho consiste, porque todavía existe aunque en condiciones paupérrimas- en la reunión de un grupo de alumnos en un aula física en la que se proyectan clases televisadas en presencia de un docente-monitor que supervisa el aprendizaje con la ayuda de material impreso. El contenido –el cual es sumamente básico- está a cargo de Edusat, dependencia de la SEP.

En marzo de 2020, el repentino vuelco de la educación presencial a la formación a distancia me hizo pensar que la educación está obligada a transformarse echando mano de ese otro tipo de modelo pedagógico que desde hace dos siglos ha estado ahí, para los que viven apartados por razones geográficas y económicas. Hoy, confinados por razones sanitarias, los alumnos y profesores de todos los niveles en casi todo el mundo improvisan cursos en línea desvinculados del tiempo y del espacio al que están habituados. En la búsqueda de las mejores estrategias pedagógicas en campos no explorados -campos de guerra que también están minados-, en pocos días se ensayan distintos recursos: las videoconferencias, los tutoriales, la lista interminable de tareas por correo electrónico, páginas y páginas de los libros de texto, etc. Ni siquiera las autoridades de cada una de las instituciones que van desde la primaria hasta la universidad, son capaces de ofrecer a su equipo de docentes las mejores  opciones para continuar –y posiblemente terminar- el ciclo escolar. 

Pero, ¿qué está pasando con los alumnos en casa? Las circunstancias son tan variadas como el número de estudiantes en el mundo. Lo ideal es que, sobre todo los más jóvenes, realicen las actividades escolares bajo la tutela de un adulto. Pero seamos realistas: hay padres que no recuerdan ni las tablas de multiplicar (ya no digamos nociones de geometría, química o física); otros que son incapaces de explicar las reglas de acentuación; algunos simplemente no tienen el tiempo de sentarse a estudiar sobre la Guerra de Reforma; y muchos más ni siquiera están porque continúan trabajando dentro o fuera del hogar. Además, a esto le sumamos que hay familias que no tienen internet; otras que tienen conexión de baja calidad y descargar o enviar un documento les toma horas; hay familias que no tienen computadora o que sólo poseen una y deben compartirla con uno, dos o tres hermanos; están también los que tienen todas las condiciones tecnológicas para realizar sus tareas pero la distracción de las videojuegos y las redes sociales les impiden concentrarse en una sola actividad. Otros sencillamente carecen de motivación.

Bajo esta circunstancia, la educación parece haber perdido el control sobre los individuos. No olvidemos que, según Michel Foucault, la escuela es la primera –y con suerte la única- institución disciplinar a la que se somete el ser humano (a menos que ingrese más tarde a un colegio militar o a prisión). De un día para otro, las escuelas cerraron. Las prácticas y discursos de vigilancia, castigo, evaluación, distribución, diferenciación y homogeneización del sujeto quedaron suspendidas. La administración de tecnologías que engloban los procedimientos de orden práctico para normalizar y encausar los pensamientos y acciones de los estudiantes, ahora, se sostienen apenas con hilos a distancia y, posiblemente, serán sustituidos por aquellos de los medios digitales. La escuela ha perdido –no sabemos por cuanto tiempo- el ejercicio de poder que la sociedad le había conferido.  

Durante los primeros días de cuarentena pensé que esta era una buena oportunidad para explorar la educación a distancia, una modalidad que parece –o parecía- prometedora: autonomía, economía de tiempo, de desplazamientos, menos contaminación. Sin embargo, después me pregunté: ¿quién es el individuo-estudiante en la soledad de su hogar? Hace aproximadamente 2400 años, Aristóteles propuso la idea de que el ser humano es un animal social (zoon politikón). La naturaleza humana se define, según este filósofo -toda la tradición de pensamiento que le sigue hasta la actualidad- por la capacidad que tiene para realizarse plenamente en sociedad y en su necesidad de vivir con otras personas en comunidad. Si a esto le sumamos que nos regimos bajo conductas imitativas y que durante los años escolares necesitamos acompañamiento cercano, así como modelos y referentes de conducta y aprendizaje, ¿qué tipo de individuos se construirían a partir de una educación virtual y cómo se enfrentarían después al mundo material? La ausencia de escuela, sin duda, dejaría un vacío de producción de realidad que tendría que ser llenado por otros agentes a los que hay que prestar atención.

El coronavirus nos agarró desprevenidos. Esta nueva modalidad pedagógica a distancia dista mucho de la tele-educación de la que hablé al inicio de este artículo; le falta mucho perfeccionamiento por delante. Son dos sistemas educativos que se desarrollaron de manera distinta y ahora no tienen punto de encuentro. Pero como dice el slogan de la Revolución Covid19: #TodoVaAEstarBien (creado en Italia –otra vez Italia- como “andrà tutto bene”), y hay algo muy positivo que podría resultar de esta experiencia colectiva: el logro del objetivo universal de la educación. Me refiero a la autonomía en el aprendizaje. Todo depende de la capacidad que los estudiantes desarrollen para administrarse frente a las tareas tele-escolares. Y por supuesto, también depende de los profesores, de los padres ahora convertidos en tutores y de las condiciones domésticas y económicas propicias. Una cosa es cierta en esta nebulosa incertidumbre que estamos viviendo a escala global: un virus –o un macro Estado supuestamente protector- nos está (re)enseñando, por un lado, sobre autodisciplina, comunidad y solidaridad. Y por otro lado, nos recuerda lo importante que es exigir (la recuperación del) acceso universal a la salud, al trabajo y a la educación de calidad, sin importar si estamos apartados en una zona rural o en la soledad de nuestro hogar. 

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