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Porfirio Díaz, un estadista maquiavélico (Parte III)

Las promesas incumplidas

Un hombre de Estado, según Maquiavelo, no debe ajustarse estrictamente a lo que ha prometido, ya que puede optar por el engaño y la mentira si él lo cree necesario. Así lo deja expuesto en estas líneas: “un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando haya desaparecido las razones que le hicieron prometer. […] Nunca faltaron a un príncipe razones legítimas para disfrazar la inobservancia”.

Díaz hizo gala de este principio; para efectos de este análisis tomaremos dos ejemplos: el primero acerca de la consigna de la no reelección emanado del Plan de Tuxtepec; el segundo sobre sobre su deseo de dejar la presidencia y no participar en las elecciones de 1910. Con estos casos podremos vislumbrar que él sabía perfectamente hacer uso del arte del engaño para sus fines políticos.

Como ya se ha analizado páginas atrás, Porfirio Díaz incitó una revuelta armada en 1876 donde se buscaba que se respetara el principio de la no reelección para los cargos de presidente de la República y gobernadores de las entidades federativas. El Plan de Palo Blanco[ así lo planteaba en su artículo segundo: “Tendrán el mismo carácter de ley suprema la NO REELECCIÓN del Presidente de la República, y gobernadores de los Estados, mientras se consigue elevar este principio al rango de reforma constitucional por los medios legales establecidos en la Constitución”. Con esto hacía eco de su lucha anterior en 1871 contra la reelección de Juárez, y ahora con la de Lerdo de Tejada acontecida en 1876. La mayoría de los integrantes del séquito de militares con alto rango que se adhirió a este movimiento, buscaban fervientemente que se logrará este principio: evitar que una persona se perpetuara en el poder más allá de lo que los principios democráticos liberales le permitieran.

Una vez que Díaz llegó a la presidencia, la consigna se siguió al pie de la letra, pero al finalizar su segundo periodo en 1888, Díaz maniobró con el Congreso para que se instituyeran más reelecciones hasta llegar a la facultad de que esta pudiera estar de manera indefinida. Con esto claramente Díaz hacía añicos el plan rector que lo había llevado al poder.

Por obvias razones, varios de los seguidores iniciales de la Revolución de Tuxtepec se sintieron engañados y manipulados, tal es el caso de Vicente Riva Palacio, Miguel Negrete, entre otros; y algunos de ellos emprendieron caminos para iniciar levantamientos armados aunque ninguno con éxito. Retomando el caso de Miguel Negrete, recordemos que a su captura se le acusó de traición al gobierno. En su defensa, Negrete comentó que se había levantado en armas debido a que Díaz había incumplido las promesas que le había hecho a la sazón del Plan de Tuxtepec, justo en la Batalla de Tecoac. El fiscal asignado al caso, el general Figueroa, solicitó respuesta al presidente acerca de este hecho, a lo el mandatario respondió en carta que “recordaba haber hablado con Negrete pero que no se acordaba de esas promesas”. Podemos hacer conjeturas sobre que muy probablemente, al calor de la batalla y la victoria, don Porfirio le haya hecho promesas a Negrete acerca de que cumpliría cabalmente su papel de defensor de la constitución, tal vez porque así lo pensaba o simplemente para asegurar la lealtad de este general. El hecho es que a la larga, Díaz se despojaría de sus propios ideales antirreeleccionistas para instaurarse de manera indefinida en la silla presidencial.

La otra promesa rota a analizar queda evidenciada en la entrevista con Creelman. Dicha entrevista se volvió tan polémica no tanto por las confesiones del presidente acerca de sus métodos de gobierno (que eran bien conocidas), sino más bien porque abrió las esperanzas de la competencia política democrática para hacer un relevo generacional en el poder ejecutivo.

Daba la pauta a que México por fin estaba preparado para abrazar un cambio de poder sin la necesidad de una violenta revuelta que lo desestabilizará; así lo veía Díaz: “He esperado pacientemente porque llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección, sin peligro de revoluciones armadas, sin lesionar el crédito nacional y sin interferir con el progreso del país. Creo que, finalmente, ese día ha llegado.” Por si aún no fuera suficiente, terminó de sentenciar lo siguiente: “No tengo deseos de continuar en la presidencia, si ya esta nación está lista para una vida de libertad definitiva”.

Cuando la entrevista fue dada a conocer en México, traducida por El Imparcial, estás declaraciones inflamaron los deseos y aspiraciones políticas de muchos. Los científicos, los reyistas, los antirreeleccionistas maderistas y hasta los anarquistas magonistas vieron esto como la luz verde que preparaba la sucesión presidencial para 1910. El presidente movió el avispero dado lo increíble de sus comunicaciones; dijo: “Doy la bienvenida a cualquier partido oposicionista en la República Mexicana […] Si aparece, lo consideraré como una bendición, no como un mal. Y si llegara a hacerse fuerte, […] me olvidaré de mí mismo en la victoriosa inauguración de un gobierno completamente democrático en mi país”. 

Cuando don Porfirio, a finales de 1908 se dio cuenta de lo que había provocado la publicación de la entrevista, quiso retractarse de lo que dijo aunque de una manera muy abstracta que lo único que hacía era hacer más confusa la situación. En una carta del presidente enviada al director del periódico Diario del Hogar (con motivo de dar respuesta a una misiva anterior donde el periodista solicitaba se aclarase el tema de la sucesión presidencial) expresó:

“El asunto principal á que se refiere usted, es de aquellos que á mi juicio no deben tratarse desde ahora, y si en ocasión reciente hice alguna manifestación con respecto a dicho asunto solo fue un simple deseo personal. No que se solicita conocer mi resolución, me exima de darla, cuando falta tanto tiempo para que llegue la oportunidad de comunicarla. Proceder de otra manera me parece una ligereza, y tal vez un acto presuntuoso de mi parte”.

Como sabemos, Díaz para nada cumplió su promesa. Persiguió a los movimientos políticos oposicionistas; los hermanos Flores Magón fueron intimidados e inclusive hasta espiados en su exilio en Estados Unidos, y Madero fue hecho prisionero para evitar que participara en las elecciones de 1910. A sus posibles sucesores dentro de su círculo interno, que eran Limantour y Reyes, los manda a misiones en el extranjero, que más que nuevas responsabilidades parecían un exilio blando. Afirmó que debido a su edad y a la madurez política que había alcanzado la nación, ya no se presentaría en las próximas elecciones, pero esto no fue así, y nuevamente, Díaz era electo para presidente de la República en el sexenio que comprendería de 1910 a 1916.

Aún no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que provocó que don Porfirio no cumpliera su “deseo personal”. Hay quienes dicen que fue un movimiento audaz para evidenciar a su oposición política y neutralizarla; otros comentan que doña Carmen Romero Rubio, la segunda esposa del presidente, instó a su marido a que no dejará el poder para no perder sus privilegios. Ya lo decía Maquiavelo: “hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.

Pero en esta ocasión, su exceso en el incumplimiento de la promesa dada en la entrevista con Creelman respecto a la sucesión presidencial, causaron malestar en varios sectores de la sociedad, inclusive dentro de las élites, que poco a poco fueron gestando el movimiento revolucionario de 1910 que terminaría de sepultar de una vez por todas la presidencia autoritaria de don Porfirio. Curiosamente, él llegó a la cumbre máxima del poder mediante una revolución que pugnaba por la no reelección, y treinta y cinco años después, sería depuesto por otra revolución que luchaba por la misma consigna: el sufragio efectivo, no reelección.

Entonces ¿don Porfirio es maquiavélico?

Queda claro que Porfirio Díaz, aunque no tuviera una formación teórica sobre el arte de la política y la gobernanza, sus habilidades natas como la astucia, la persistencia, una inteligencia para la manipulación y la intriga, pero sobre todo, la experiencia aprendida con el pasar de los años al frente del Estado mexicano, le valió para crear su propia concepción sobre el modo ideal de gobernar, que sin duda, fue en extremo personalista.

De manera indirecta y seguramente sin saberlo, don Porfirio cumplió casi cabalmente los principios que Nicolás Maquiavelo escribió casi cuatrocientos años antes del nacimiento del Porfiriato. Cuando era necesario, supo jugar el papel del zorro, como un hábil manipulador político, y el del león, como un feroz represor de sus enemigos. Siguiendo este concepto del gobernante mitad hombre y mitad animal del que habla Maquiavelo en El Príncipe, queda perfectamente en relación la famosa frase del político porfirista, Francisco Bulnes, la cual dice: “El dictador bueno es un animal tan raro, que la nación que posee uno debe prolongarle no sólo el poder, sino hasta la vida”.

Creó, formó y moldeó una nación bajo las formas y métodos que él mejor creyó convenientes de acuerdo con la naturaleza de su pueblo y de su época. A través de los documentos históricos, como la entrevista que le concedió a James Creelman y algunas misivas privadas, deja plasmado su pensamiento político a la memoria para su interpretación. Esa entrevista es de altísimo valor para la historiografía política de México, ya que es el legado de lo que fue y pudo ser el régimen de Porfirio Díaz.

A pesar de tener un sistema político que había garantizado estabilidad, desarrollo y orden en la mayor parte del país, el gran error del Díaz fue no querer establecer los lineamientos necesarios para organizar un relevo generacional en la estructura orgánica de la élite gobernante y organizar la sucesión del poder ejecutivo sin que hubiera la necesidad de presentarse una revuelta armada que destruyera lo que tanto trabajo y esfuerzo le había costado construir (que desgraciadamente eso fue lo que provocó, ahogando al país en una guerra civil de casi diez años). Tal vez simplemente no quiso y quería estar pegado a la silla presidencial hasta el último aliento de su vida, como cualquier monarca europeo; también puede ser posible que al envejecer, sus grandes habilidades que lo habían caracterizado fueron disminuyéndose, lo que ocasionó que él mismo provocará la muerte del porfirismo.

En cuanto las libertades políticas no fueron garantizadas a pesar de haberlo prometido en la entrevista con Creelman, sumado a las dificultades que enfrentó la economía nacional en el siglo XX, el afecto por el porfirismo cayó en picada, y la popularidad del presidente ya nunca llegó a ser igual como en sus mejores años. Esa fue la gran lección que don Porfirio le heredaría a la nueva generación gobernante emanada de la Revolución Mexicana. Trece años después de la caída del Porfiriato, el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, tenía bien claro que no debía cometer los mismos errores que Díaz. Por eso instauró su propio sistema político (con muchas similitudes porfiricas), donde se dejarían los vicios del pasado, como la reelección de los gobernantes y la poca integración de varios actores a la estructura política; la figura central del poder ya no sería una sola persona, sino un partido único.

Ver la Parte I | Ver la Parte II

Nota: La mayor parte de la información del artículo, fue tomada de las obras de Daniel Cosío Villegas, Luis González y González y Luis Medina Peña que tienen sobre el Porfiriato.

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