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El crimen organizado y la devastación en la Sierra Tarahumara

En la zona de la Sierra Tarahumara, controlada por el crimen organizado, se vive una situación preocupante que va más allá de la violencia.

El clima de la región ha experimentado cambios significativos desde la llegada de los cárteles, generando un impacto devastador en el ecosistema y en la calidad de vida de las comunidades indígenas.

Hace tan solo 12 años, la Sierra Tarahumara era un lugar de clima subhúmedo, con temperaturas moderadas y árboles frondosos que proporcionaban sombra.

Sin embargo, desde la incursión de los grupos delictivos, todo ha cambiado. El objetivo de estos cárteles era expandir su dominio y apoderarse de los recursos naturales de la región, desplazando a los indígenas y destruyendo los cultivos tradicionales.

La sierra ha pasado de ser un lugar fértil y templado a convertirse en una zona árida y sofocante. Los narcotraficantes han talado árboles, secado presas y utilizado fertilizantes que han dañado irremediablemente el suelo.

Como resultado, las altas temperaturas generadas por estas actividades ilegales han provocado sequías prolongadas, aumentando la incertidumbre alimentaria y afectando la disponibilidad de agua para las comunidades indígenas.

Este vínculo entre los cárteles de la droga y el calentamiento global ha sido objeto de estudio en todo el mundo. La realidad confirma que los narcotraficantes son un factor más en el aumento de las temperaturas, sumándose a la industria ganadera y farmacéutica.

Si bien las drogas representan una pequeña parte de la huella ambiental global, el impacto local de la industria de los cárteles es significativo.

En diferentes regiones del país, los cárteles han secado cuerpos de agua, deforestado áreas boscosas y contribuido a la salinización del suelo.

La expansión de los cultivos ilegales como la marihuana y la amapola, así como la diversificación hacia otros productos como el aguacate, han generado graves consecuencias ambientales, como el uso excesivo de agua y la degradación del suelo.

Además, los desechos químicos generados en la fabricación de drogas sintéticas son arrojados en áreas boscosas y cuerpos de agua, causando daños irreversibles a los ecosistemas locales.

Este problema no se limita únicamente a la deforestación y la degradación ambiental, sino que se extiende a otros aspectos relacionados con el crimen organizado, como el uso de energía intensiva para la minería de criptomonedas, lo cual contribuye a una mayor huella de carbono.

Es evidente que el crimen organizado tiene un impacto negativo en el medio ambiente y en el calentamiento global.

“Como en muchos procesos químicos, el desperdicio de droga que queda después de la producción de narcóticos sintéticos es hasta cinco veces más grande que la cantidad de producto final. Y dependiendo del método y del tipo de droga, el desperdicio puede ser hasta 30 veces mayor”, alerta la ONU.

Es necesario que se tomen medidas urgentes para frenar estas actividades ilegales y proteger los recursos naturales de nuestro país.

La lucha contra el crimen debe ir más allá de la seguridad y abordar también las consecuencias medioambientales que acarrea. Solo así podremos garantizar un futuro sostenible para las comunidades afectadas y para el planeta en su conjunto.

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