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Cine

Carandiru, de 2003.

Hay situaciones que no pueden escapar a su destino pues -de manera imperceptible-, cada individuo va labrando su propio presente. Las decisiones pueden llevarnos a topar de frente con un muro. O con cuatro de ellos. Este uno de los muchos mensajes que nos envía de manera un tanto cruda, Carandiru, de 2003.

La cárcel no es lugar para la verdad. Pero sí para muchas versiones de ella.

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Hace 20 años, el 21 de marzo de 2003, se estrenó el filme que habla acerca de una de las tragedias más recordadas ocurridas en una prisión, a causa de un motín improvisado.

“¿Una cárcel calmada y obediente? Seguro es señal de problemas”, se dice en un punto de la película, que está basada en el libro homónimo de Dráuzio Varella y que recuerda el sonado evento, suscitado en el año de 1992.

Carandiru, ubicada en São Paulo​, Brasil, era la cárcel más grande de América Latina. Pese a que su capacidad era la de albergar a 4 mil presos, el lugar llegó a tener hasta 7, 500 de ellos. Para empeorar las cosas, una epidemia sin control a causa del SIDA azotaba a la población del recinto.

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Es esa situación la que nos permite conocer un poco de su interior. El libro, escrito por el propio médico, nos abre las puertas a un pedazo del infierno, ya que otro de los mensajes que del filme es que cada persona da el enfoque a la vida que cree necesario. Y esa puede ser la diferencia entre vivir y morir.

“Aquí, nadie es realmente culpable, ¿se ha dado cuenta?”, nos dice Chico (Milton Gonçalves), uno de los reos. La aseveración puede ser parcialmente cierta. Nadie es el villano de su propia historia.

La película, dirigida por Hector Babenco, muestra la historia de algunas de las personas que probablemente habitaron Carandiru. No se trata de una apología ni de una sobre humanización del delincuente, sino de un planteamiento válido acerca de las vidas humanas, las decisiones que se toman y sus consecuencias. Además, nos señala que la vida no termina al llegar a prisión, no necesariamente, aunque es una probabilidad.

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Carandiru se filmó en la prisión real, en 2001, un año antes de su demolición. La naturalidad de la locación transmite una emoción permanente durante toda la película. Las buenas actuaciones, dirección y, en sí, todos los elementos, sellan el trato.

La cinta muestra a varios de los internos y sus historias, muchas de ellas contadas al doctor, quien llega para tratar de hacer una diferencia. El descontrol en los contagios de SIDA lo hacen parecer una misión sin probabilidades de éxito.

La producción de 2003 es un estupendo filme, bien realizado y muy real, hasta donde se puede atestiguar; es un filme muy directo y que no maquilla su estética ni muchos de los hechos. Carandiru es un retrato incómodo de la sociedad, no solo de Brasil, sino de toda aquella donde exista o haya existido un abuso brutal de autoridad con fines particulares.

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Iñigo Pérez

25 años en medios de comunicación, seguidor del comic (desde antes de que fueran "cool"), de la música, del cine y de las series. El arte se expresa de muchas formas... solo tienes que plasmar el tuyo.

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